Aquella imagen paradigmática del oso polar en equilibrio precario sobre una placa de hielo a la deriva resulta lejana y ha quedado obsoleta como símbolo del cambio climático. Lo presenta como un asunto ajeno, que afecta a otras especies en otros lugares. En cambio, la contaminación del aire tiene efectos devastadores para la salud de forma más inmediata y local. Dado que hay soluciones comunes para combatir al mismo tiempo el cambio clim ático y la contaminación, tal vez nuestra salud (y más en concreto la de l os niños) sea el catalizador que necesitamos con urgencia para acelerar la transición hacia un mundo de cero emisiones.
La Children’s Investment Fund Foundation (CIFF) es una de las mayores fundaciones filantrópicas que trabaja con afán para combatir el cambio climático. Para nosotros, que somos un organismo solidario centrado en la infancia, la injusticia intergeneracional es un factor clave que nos lleva a invertir con fuerza en el clima. Los efectos negativos que tiene el cambio climático en la salud a largo plazo están más que demostrados; de hecho, hace ya diez años en la revista The Lancet se describió este problema como “la mayor amenaza del siglo XXI para la salud global” (Costello y otros, 2009).
La relación entre la crisis climática y la salud (sobre todo la de los niños) es tan estrecha como preocupante. Sabemos que el cambio climático modificará también los patrones de las enfermedades transmisibles y hará que pierdan eficacia las medidas que se toman para erradicar lacras potencialmente letales como la malaria y el dengue (Patz y otros, 2003). Al mismo tiempo, algunos de los terrenos agrícolas más fecundos podrían perder productividad, lo cual tendría efectos preocupantes para la seguridad alimentaria. La relación entre el calentamiento del planeta y la frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos parece ya indiscutible, al igual que la probabilidad de que estas catástrofes provoquen malestar y desplazamientos masivos. Sin embargo, a pesar de todo, siguen aumentando las emisiones de CO2 globales (Harvey, 2018).
Por qué vincular el cambio climático y los efectos del aire tóxico en la salud infantil
Desde un punto de vista colectivo, la lucha contra el cambio climático está fracasando, pero la situación puede cambiar si abordamos el problema de la contaminación del aire. Aunque los motivos de este fracaso son complejos, sabemos que en parte se debe a la psicología humana. El cambio climático puede parecer algo inabarcable para abordarlo de forma individual, y demasiado lejano en el tiempo para considerarlo un problema real en nuestro presente. En cambio, si pensamos en el aire tóxico que respiramos, los efectos no podrían ser más cercanos: entra en nuestros pulmones, nos irrita los ojos y nos hace estornudar.
Algunas de las consecuencias tardan años en manifestarse, como el cáncer de pulmón, que está pasando de afectar principalmente a los fumadores a atacar a quienes viven en las ciudades. Otros efectos en la salud son mucho más inmediatos.
Un caso trágico que demuestra claramente la gravedad del problema fue el de Ella Kissi-Debrah, una niña de 9 años que murió de un ataque de asma durante un periodo en que los niveles de contaminación atmosférica superaban el umbral permitido por la ley. Vivía a menos de 25 metros de una de las calles más contaminadas de Londres. A lo largo de tres años, tuvieron que llevarla al hospital 27 veces con dificultades respiratorias, y en todas las ocasiones menos una el nivel de contaminación era especialmente alto. Los niños como Ella, en especial los más pequeños, son los que corren un mayor riesgo relacionado con la contaminación atmosférica y el cambio climático, pues el cerebro y los pulmones se desarrollan con más rapidez durante la primera infancia.
Por suerte, las fuentes de la contaminación del aire suelen ser las mismas que emiten gases de efecto invernadero: el transporte, la energía y la industria pesada. La producción energética (principal causa de emisiones de gases de efecto invernadero por la combustión fósil) provoca el 85% de la contaminación por partículas atmosféricas y casi el 100% de las emisiones de azufre y óxido de nitrógeno (Agencia Internacional de la Energía, 2016).
Por lo tanto, las soluciones para combatir el cambio climático y la contaminación atmosférica suelen ser las mismas. Si abordamos un problema, luchamos también contra el otro. En la CIFF, estamos forjando alianzas para trabajar de forma conjunta por el medio ambiente y la salud infantil, y ya estamos observando que al tender puentes entre el mundo académico, los activistas y los responsables de las políticas, se acelera una transformación positiva.
A pesar de los efectos devastadores para los niños, no recibe la suficiente atención
Como bien saben los lectores de Espacio para la Infancia, los primeros años de vida son la base para el resto de la existencia y afectan a la capacidad de aprendizaje, al nivel de ingresos y a la felicidad. Sin embargo, a pesar de las pruebas de peso con que contamos, los donantes y gobiernos de todo el mundo siguen prestando poca atención a la salud de los más pequeños. Las consecuencias de la contaminación atmosférica para la salud empiezan ya desde el momento de la concepción. Las toxinas que inhala la madre llegan a la placenta y afectan negativamente al desarrollo del feto (Fleischer y otros, 2014). Y los daños continúan después del nacimiento: los niños pequeño s respiran entre dos y tres veces más rápido que los adultos y sus pulmones suelen estar más cerca del suelo, donde la contaminación está más concentrada (Sharma y Kumar, 2018). Por tanto, los efectos que sufren van desde los trastornos del desarrollo neurológico hasta el asma y el cáncer infantil.
Resulta desalentador leer el último estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2018) sobre la conexión entre la contaminación atmosférica y la salud infantil (ver un resumen en las páginas 149–152 de este número de Espacio para la Infancia): por ejemplo, revela que la contaminación del aire provoca casi una de cada diez muertes de menores de 5 años y que el 98% de los niños de dicha edad en los países de renta media y b aja respiran un aire con niveles de PM2,5 superiores a los indicados en las directrices de la OMS. En palabras de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS: “El aire contaminado está envenenando y destrozando la vida a millones de niños. Es injustificable”.
Como ocurre con el cambio climático, tampoco la cuestión de la contaminación atmosférica recibe suficiente atención, aunque consuela saber que María Fernanda Espinosa ha decidido incluir este asunto en el orden del día de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ver su artículo en las páginas 10–13). La salud ambiental se tiende a considerar una subespecialidad en lugar de un asunto clave para la salud pública infantil. Los debates sobre asuntos críticos como el urbanismo y la política de transportes suelen dejar al margen a los expertos en cuestiones sanitarias, que podrían aportar información clave. En consecuencia, hasta hace poco no se ha dado a este tema la importancia que merece.
La salud infantil: clave para cambiar la imagen del cambio climático y hallar nuevos recursos
“Con el Clean Air Fund, esperamos estrechar relaciones más sólidas con otros inversores para acelerar la acción.”
La proximidad física y la urgencia visible del problema de la contaminación atmosférica contribuyen a concienciar sobre el asunto y a crear un terreno común de acuerdo generalizado. Al fin y al cabo, ¿a quién deja indiferente el aumento del asma entre los niños de las ciudades (Asthma UK, 2018) o el aire contaminado que incluso a veces obliga a cerrar las escuelas en Delhi? Si tenemos en cuenta todo esto, dejaremos de discutir sobre si hay que intervenir para empezar a hablar de cómo actuar. Por otro lado, al abordar la salud infantil, se incorporan al debate nuevas voces de peso, como médicos, padres influyentes e implicados y una nueva comunidad de académicos.
Además, hay movimientos activistas sólidos y en auge que han contribuido a dar forma al debate sobre el cambio climático y tienen mucho que aportar a los expertos en salud pública, que pueden pecar de ser demasiado técnicos y cautelosos. Otro aspecto relacionado es el uso de instrumentos como los litigios, los mapas de poder, los análisis de economía política y las comunicaciones estratégicas, que tal vez no sean del todo nuevos pero sin duda hasta ahora se han desaprovechado en el terreno de la salud pública.
Nuestra esperanza es que, al hacer hincapié en la relación entre la salud infantil en la actualidad y el cambio climático a largo plazo, aumenten los recursos destinados a estos asuntos, en especial los facilitados por el sector filantrópico.
El cambio climático lleva demasiado tiempo ocupando un lugar marginal en las listas de prioridades de los filántropos. Por ejemplo, se calcula que entre las fundaciones estadounidenses y del Reino Unido, menos del 2% de la financiación solidaria se destina a este asunto (Alliance Magazine, 2016), mientras que la salud es un tema al que los entes benéficos siempre han prestado más atención. Al poner de manifiesto con más claridad l a conexión entre el cambio climático y la salud (empezando por la contaminación del aire), esperamos que aparezcan nuevas fuentes de financiación para abordar los riesgos ambientales, lo cual resultará doblemente ventajoso: para la salud y para acelerar la descarbonización.
A la luz de todo esto, la CIFF está colaborando con el Clean Ai r Fund, un nuevo fondo filantrópico transformador que está recaudando 100 millones de dólares para combatir la contaminación atmosférica por el bien de los niños, de nuestra salud y del clima global (ver cuadro). Esperamos estrechar relaciones más sólidas con otros inversores para acelerar la intervención y hacer realidad cambios concretos a corto plazo.
El Clean Air Fund
Una serie de fundaciones que se ocupan de infancia, salud y cam bio climático están colaborando en una iniciativa conjunta llamada Clean Air Fund con el objetivo de responder a la urgente necesidad de una mayor implicación colectiva en estos ámbitos. Al unir sus fuerzas en contra de la contaminación atmosférica, pueden lograr mejoras considerables a corto plazo tanto para la salud humana como a la hora de acelerar la descarbonización.
El Clean Air Fund se ocupará de recabar y utilizar recursos filantrópicos para:
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subvencionar proyectos solidarios mediante el uso de capital de origen filantrópico y el fomento del uso de capital de otras fuentes (c omo las agencias de desarrollo)
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ampliar la escala de la financiación destinada en la actualidad a este asunto, mediante la unión de los recursos procedentes de inversores interesados en el cambio climático, el medio ambiente y la salud
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garantizar un enfoque holístico entre todos los organismos que intervienen, mediante la integración de las competencias especializadas de los distintos sectores, la puesta en común de las mejores prácticas y la conexión de las distintas contrapartes
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dirigir una estrategia filantrópica colectiva para garantizar que las intervenciones se lleven a cabo donde las inversiones puedan surtir más efecto, para coordinar recursos con otros programas y para reducir las duplicidades.
Los profesionales que se ocupan de salud infantil tienen que hacer algo para abordar la amenaza tangible que constituyen el cambio climático y la contaminación atmosférica en la actualidad para los niños. Podemos hacer mucho más: concienciar sobre la importancia de tener en cuenta la contaminación del aire en los programas de urbanismo; apoyar a instituciones como la OMS, que están tomando medidas importantes para abordar factores climáticos y ambientales determinantes para la salud; utilizar la voz de los niños para alimentar la ambición en los canales existentes relativos al clima, como las Conferencias de las Partes globales; y trabajar en el ámbito local con los padres, las escuelas, las guarderías y los propios niños para concienciar a las comunidades y fomentar intervenciones más enérgicas.
Nuestros hijos no nos lo perdonarán si fracasamos en la lucha contra el desastre climático. Si se materializa la crisis planetaria inminente que se pronostica (aunque aún sea difícil de imaginar), tendrán derecho a echarnos la culpa. Es igualmente imperdonable que envenenemos a los niños pequeños porque tratamos el aire que respiramos como si fuese un vertedero a cielo abierto. El problema de la contaminación atmosférica podría servir para catalizar una reacción que hasta ahora la amenaza del desastre climático no ha provocado. Muchas de las soluciones son las mismas para ambos problemas, así que tenemos que sustituir la imagen del oso polar (que tradicionalmente se asocia con el cambio climático) por la cara de un niño pequeño.
Las referencias bibliográficas aparencen en la versión PDF del artículo.