Todos los gobiernos deben dar prioridad a la infancia en el contexto del cambio climático

Los cambios en los patrones meteorológicos incrementan el riesgo de sufrir mala salud, pobreza, interrupción de la educación y migración durante la infancia

  • 25 noviembre 2021
  • 7 minutos de lectura
Foto: Cortesía de Panumas/Adobe Stock

En febrero de 2020, la Comisión de la OMS, UNICEF y The Lancet que tuve el honor de copresidir, recomendó situar la infancia en el centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), señalando que el cambio climático amenaza en especial a la infancia y que los Estados deben ser conscientes de ello y actuar en consecuencia, ahora y en el futuro. La Comisión ha instado a los gobiernos a crear un departamento transversal o algún mecanismo de alto nivel similar encargado de coordinar las iniciativas en favor de la infancia, impulsar medidas concebidas pensando en las niñas y los niños y evaluar el efecto de todas las políticas en est sector de la población
(Clark y otros, 2020).

Extendemos esta urgente recomendación por las muchas formas con las que el cambio climático está afectando negativamente a los niños y las niñas, sobre todo a los más pequeños, hasta el punto de poner en peligro los avances conseguidos en las últimas décadas en todo el mundo en materia de salud y bienestar infantiles.

Amenazas para la salud infantil

Uno de los efectos cruciales puede apreciarse en la salud infantil. Se calcula que el 88 % de la carga existente por enfermedades atribuibles al cambio climático afecta a menores de 5 años, tanto en los países industrializados como en los que están en vías de desarrollo (Zhang y otros, 2007; UNICEF, 2021).

El cambio climático también influye en la malnutrición infantil. Los índices de desnutrición han aumentado de forma considerable desde el 2015, en parte debido a los fenómenos meteorológicos extremos (Niles y otros, 2021). En 2019 (Niles et al., 2021). En 2019, 34 millones de personas sufrieron inseguridad alimentaria grave por motivos climáticos, lo que supone un aumento del 17 % con respecto al 2018 (Red de Información sobre Seguridad Alimentaria, 2020). Aunque la malnutrición infantil ha disminuido en todo el mundo durante las últimas décadas, en los países de renta media y baja aún la padece uno de cada tres niños, muchos de ellos menores de 5 años (UNICEF, 2019).

Por supuesto, la malnutrición está vinculada a la pobreza. Según el Banco Mundial, si no se hace nada para paliar los efectos del cambio climático, de aquí a 2030 podrían caer en la pobreza extrema entre 32 y 132 millones de personas más (Jafino y otros, 2020).

Desplazamientos forzosos durante la infancia

Muchos niños y niñas se ven obligados a desplazarse debido al cambio climático. Más de 500 millones viven en zonas propensas a las inundaciones, y 160 millones, en lugares con sequías graves (Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, 2020). Según un estudio realizado en Somalilandia se calcula que hay cerca de un millón de personas desplazadas de este territorio, de las cuales unas 450 000 son menores que en su mayoría han tenido que abandonar su casa debido a la sequía (Oficina de Investigación de UNICEF – Innocenti, 2019).

Solo en el año 2019, en todo el mundo casi 80 millones de personas (de las cuales entre 30 y 34 millones eran menores) tuvieron que desplazarse debido a conflictos, efectos del cambio climático y casi 400 desastres naturales (ACNUR, 2021; Centro de Supervisión de Desplazamientos Internos, 2020). En el primer semestre de 2020, casi 10 millones más de personas se desplazaron debido a otros desastres naturales (Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas [UNOCHA], 2019).

Interrupción de la educación

Uno de los posibles efectos de los desplazamientos es que los niños y las niñas dejen de ir a la escuela. El acceso a los servicios esenciales y a la educación (incluidos los programas de enseñanza para la primera infancia) no resulta nada fácil para quienes han tenido que abandonar su país. Los desplazamientos internacionales debidos al cambio climático o a desastres naturales no se reconocen jurídicamente en la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados (ACNUR, sin fecha), así que estos motivos aún no se consideran válidos para solicitar la condición de refugiado.

En consecuencia, los niños desplazados por desastres naturales y efectos del cambio climático suelen tener más dificultades para acceder a los servicios sociales y sanitarios esenciales que aquellos cuya condición de refugiado se ha reconocido oficialmente. Y al carecer de protección jurídica, en muchos casos corren el riesgo de separarse de sus padres y madres, perder a otros miembros de la familia o caer en las redes del narcotráfico o los matrimonios prematuros, lo cual tiene graves implicaciones sociales y deja heridas psicológicas profundas.

Durante la sequía de 2010-11 en el Cuerno de África, por ejemplo aumentó de forma considerable el número de matrimonios prematuros debidos a la desesperación de las familias, que vendían a sus hijas a cambio de ganado (UNOCHA, 2017).

El cambio climático también ejerce una enorme presión sobre la sociedad, especialmente en entornos ya frágiles, y puede provocar escasez de recursos y desplazamientos de población masivos. Cuando está en peligro la disponibilidad de techo, agua, saneamiento y seguridad alimentaria; aumenta el riesgo de mortalidad, morbilidad, explotación, daños físicos y violencia de género durante la infancia (Venton, 2011; Bodanac y otros, 2016; Pegram y Colón, 2019).

Todo esto tiene lugar durante la primera infancia, una fase clave del desarrollo infantil. Para desarrollar plenamente su potencial, a lo largo de su vida las niñas necesitan los cinco elementos interrelacionados que forman un cuidado cariñoso y sensible: buena salud, nutrición adecuada, protección y seguridad, atención receptiva y oportunidades para el aprendizaje temprano (Organización Mundial de la Salud y otros, 2018). Sin embargo, en muchos casos no tienen acceso a estos componentes.

La inversión escasa en el desarrollo de la primera infancia tiene efectos a largo plazo en la capacidad de los niños de desarrollar plenamente su potencial (UNICEF, sin fecha). Además, la exposición a factores de estrés relacionados con el clima durante los primeros años de vida también afecta negativamente a las generaciones futuras (Van Susteren, 2020).

Dar prioridad a la infancia sale rentable

Durante las últimas tres décadas, ha aumentado drásticamente la cantidad de niños y niñas que sobreviven a sus primeros meses y años de vida: la mortalidad antes de los 5 años de edad se ha reducido casi en un 60 % desde 1990 (Grupo Interinstitucional de las Naciones Unidas para la Estimación de la Mortalidad Infantil, 2019). Sin embargo, muchos de ellos no prosperan en esa fase crucial de la infancia, ni en otros momentos importantes de su desarrollo hasta llegar a la adolescencia.

Además de ser un deber moral, priorizar el desarrollo de la primera infancia también tiene sentido desde el punto de vista económico. Según los estudios publicados en la serie de 2016 de The Lancet sobre desarrollo de la primera infancia para añadir servicios en favor del desarrollo de la primera infancia a los paquetes ya existentes de servicios sanitarios y de nutrición, bastaría un gasto de 0,50dólares por persona y año (Richter y otros, 2017). El Marco para el cuidado cariñoso y sensible señala que, por cada dólar gastado en desarrollo de la primera infancia, la rentabilidad de la inversión puede llegar a los 13 dólares (Organización Mundial de la Salud y otros, 2018). Sin embargo, todavía no hay ningún país que priorice esta cuestión.

La Comisión de la OMS, UNICEF y The Lancet ha observado que ningún país, ni pobre ni rico, garantiza las condiciones necesarias para que las niñas gocen de buena salud hoy y vivan en un entorno saludable en el futuro.

‘En primer lugar, los gobiernos y los responsables de las políticas deben percatarse de la conexión directa que existe entre el desarrollo de la primera infancia y el cambio climático.’

Los Estados deben hacer acopio de voluntad política para ayudar a la infancia

Dadas las enormes dificultades que afrontan las niñas en contextos de fragilidad, debido al cambio climático entre otros factores, se necesitará una voluntad política enorme para garantizar los cinco componentes del cuidado cariñoso y sensible.

En primer lugar, los gobiernos y los responsables de las políticas deben percatarse de la conexión directa que existe entre el desarrollo de la primera infancia y el cambio climático. Asimismo, necesitamos desesperadamente invertir más en servicios basados en pruebas que ayuden a los cuidadores y garanticen que los niños, sobre todo a los más desfavorecidos, empiecen sus vidas lo mejor posible.

Por otro lado, debemos integrar las políticas relativas al desarrollo de la primera infancia con aquellas orientadas a mitigar el cambio climático y adaptarse a él, lo que significa tener en cuenta a la infancia en todas las políticas para impulsar medidas que mejoren la igualdad y sitúen a la población más vulnerable (es decir, los niños y las niñas) en el centro de todas nuestras iniciativas.

Si bien la primera infancia es un periodo de mayor vulnerabilidad al riesgo, también es un momento de la vida en el que las intervenciones dan mayores resultados y permiten reducir los riesgos. Para que sean eficaces, este tipo de iniciativas se deben integrar en los sistemas ya existentes de sanidad, enseñanza y protección social e infantil. Ya hay muchas medidas conocidas, y algunos de los proyectos de menor coste aportan beneficios inmediatos, a largo plazo e intergeneracionales (Venton, 2011; Clark y otros, 2020).

Las vidas de millones de niños y niñas están sufriendo las graves consecuencias de lo que está ocurriendo en nuestro sistema climático, y el número de víctimas está abocado a aumentar en los próximos años. Se calcula que, en el año 2040, uno de cada cuatro niños vivirá en zonas con recursos de agua sumamente limitados (Pegram y Colón, 2019).

El cambio climático tiene un impacto tremendamente preocupante en las niñas y niños pequeños. Es urgente hacer algo al respecto. Hay que seguir investigando y dar con soluciones. Las comunidades que se ocupan de la primera infancia y el cambio climático tienen que actuar de manera conjunta, por el bien de la infancia de hoy y de las generaciones venideras (Pegram y Colón, 2019).

Puede encontrar todas las referencias en la versión PDF del artículo.

Helen Clark Presidenta de la Junta, Alianza por la saludmaterna, neonatal e infantil; Ex primera ministra de Nueva Zelanda

Auckland, Nueva Zelanda

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