Transformación de los patios escolares de Rotterdam

Diez años transformando patios asfaltados en espacios verdes

  • 25 noviembre 2021
  • 6 minutos de lectura
Foto: Cortesía de Marieke Odekerken

Imagina que vives en un piso de tres habitaciones con tu padre, tu madre, tus dos hermanos y tus dos hermanas. Tu madre no quiere que salgas a la calle, pues pasan demasiados coches a gran velocidad, y tiene miedo de niños mayores que tú, que a veces son violentos o consumen drogas. Así que lo que haces después de clase es jugar con el teléfono de tu madre en casa. Como tienes mucha energía, estar en un espacio tan pequeño te genera frustración y muchas veces acabas peleándote con tus hermanos y hermanas

Esta es la situación familiar que viven cada vez más niñas y niños pequeños. Con el crecimiento demográfico de las ciudades aumenta la densidad en los barrios, lo que a su vez intensifica la presión económica por construir en los espacios verdes urbanos que aún existen

Todo esto afecta directamente a la infancia. Las niñas y niños que no pueden jugar al aire libre tienen menos oportunidades de adquirir competencias sociales: les resulta más difícil desarrollar la creatividad y la imaginación, así como aprender a valorar los riesgos, pasar tiempo junto a otros y crear una red de amistades. Cuando las niñas y los niños pequeños no tienen espacio ni autonomía para jugar en compañía, pueden sufrir retrasos en el desarrollo social, emocional y físico. Además, el hecho de no poder practicar actividades físicas diversas puede frenar el desarrollo de la motricidad; y el uso prolongado de pantallas acarrea a veces problemas de vista, posturales y musculares.

Un primer intento de construir patios verdes en Rotterdam

Hace unos diez años empecé a trabajar en un proyecto que abordaba este tipo de problemas en Rotterdam. Desarrollamos en las escuelas, nuevos patios verdes que podían utilizar los niños y las niñas del barrio dentro y fuera del horario escolar. Esperábamos que también los y las docentes experimentaran dar clases al aire libre.

Por aquel entonces casi todos los patios escolares estaban hechos de adoquines o asfalto y rodeados de frías vallas metálicas, sin plantas que les dieran un aspecto más amable. Los patios se cerraban después del horario escolar, a pesar de que en la mayoría de los barrios escaseaban los espacios públicos para la infancia. En las encuestas realizadas, los niños y las niñas tacharon estos espacios de “aburridos”, pero, a pesar de todo, los mencionaron entre sus tres lugares preferidos.

Después de la primera edición de nuestro proyecto de patios verdes, quedó claro que habíamos subestimado la necesidad de mantenimiento y gestión. En algunas escuelas se había pisoteado la vegetación o las malas hierbas habían invadido el espacio. Los actos vandálicos acabaron llevando al cierre de la mayoría de estos patios fuera del horario escolar.

‘Respondimos con rotundidad que no había que centrarse tanto en esta cuestión, sobre todo porque inhibe un aspecto clave para el desarrollo infantil: aprender a gestionar los riesgos.’

Puesta en práctica de lo aprendido

Aprendimos de los errores y, hace siete años, desarrollamos el concepto actual de patio verde en un proyecto que cuenta con financiación del municipio de Rotterdam. En primer lugar, realizamos pruebas en una pequeña cantidad de escuelas. Antes de otorgar un subsidio al centro educativo, esta vez preguntábamos para qué lo necesitaban: ¿cuál era su visión? Tenían que escribir cómo pensaban gestionar y mantener el patio y debían comprometerse a ponerlo a disposición del barrio después de clase, así como durante los fines de semana y las vacaciones. Después, nos reuníamos para hablar sobre el proyecto antes de tomar una decisión.

El subsidio costeaba los gastos del primer año, pero después la escuela debía tener un plan para gestionar el proyecto de forma autónoma. La mayoría de los centros educativos ya contaban con un presupuesto para el mantenimiento del antiguo patio que cubría bicicletas, juguetes y otros elementos. Ahora tenían que adaptarlo a una visión diferente. Al mismo tiempo, podían organizar un equipo formado por niños y niñas, familias, residentes del barrio y docentes para ocuparse de los aspectos más sencillos del mantenimiento, lo cual generaría una mayor sensación de responsabilidad con respecto a ese lugar.

También queríamos que más docentes se animaran a dar clase en los nuevos patios. Descubrimos que les gustaba la idea, pero necesitaban ayuda para ir más allá de la enseñanza basada en libros y usar con creatividad los espacios verdes como entorno de aprendizaje vivo. He visto cambiar la visión y las políticas de los equipos de dirección de los centros educativos después de constatar las ventajas de las clases al aire libre: el alumnado tiene muchas más oportunidades de experimentar, muestra más interés y plantea más preguntas, mientras que el cuerpo docente puede trabajar con formas de enseñanza más variadas.

Otro reto era lograr que los equipos directivos de los centros educativos apoyaran totalmente el proyecto. Al principio, tendían a enfatizar lo que podía salir mal. Por ejemplo, les preocupaba la seguridad del alumnado. Respondimos con rotundidad que no había que centrarse tanto en esta cuestión, sobre todo porque inhibe un aspecto clave para el desarrollo infantil: aprender a gestionar los riesgos.

En este segundo intento tuvimos en cuenta lo que habíamos aprendido al principio y demostramos la validez del concepto, con lo que poco a poco otros centros educativos nos pidieron que los incluyéramos. Formamos un comité de selección, que contaba con mi asesoramiento sobre cuestiones de procedimiento y calidad, para que eligiera las escuelas participantes según su motivación: ¿Por qué quieren un patio verde? ¿Son conscientes de lo que implica? Hablamos de los asuntos clave desde el principio. ¿Cómo organizarían las clases al aire libre? ¿Disponen del tiempo y del dinero necesarios para poner los patios a disposición del barrio a largo plazo?

Patios escolares y cambio climático

Conforme el proyecto fue creciendo, empezamos a experimentar el modo en que los patios escolares podían mejorar la adaptación al cambio climático. Los barrios con mayor densidad de población y mucho asfalto se calientan más durante las olas de calor y están expuestos a un mayor riesgo de inundaciones en caso de lluvia intensa. Los espacios verdes abiertos y bien diseñados pueden ayudar a mitigar numerosos riesgos climáticos.

‘Conforme el proyecto fue creciendo, empezamos a experimentar el modo en que los patios escolares
podían mejorar la adaptación al cambio climático.’

Lo ideal es que los patios verdes tengan una amplia variedad de plantas para atraer a diferentes pájaros, mariposas y abejas. Deberían ser lugares en los que resulte apetecible dar clase y donde los padres y las madres se sientan a gusto charlando con sus vecinos mientras los niños y las niñas juegan. Para la población infantil de la zona, deberían ser “la habitación verde” del barrio.

Hemos descubierto que el patio escolar ideal es aquel que permite al alumnado interactuar de forma lúdica y aprender con todos los sentidos. Tiene árboles a los que trepar para ver todo desde arriba, arroyos en los que construir presas, pendientes por las que rodar, flores fragantes y rincones para jugar al escondite. Debería ofrecer un elemento de riesgo para dejar espacio a la aventura, pero al mismo tiempo dar cabida a que todo el mundo se relaje y disfrute.

Los patios verdes pueden servir para muchas finalidades distintas: son un entorno de aprendizaje inspirador, un lugar de juego desafiante, un sitio de encuentro para la ciudadanía y un espacio verde para mejorar la resiliencia a las condiciones climáticas extremas. Dada esta variedad de funciones, se pueden financiar con distintos presupuestos municipales. En Rotterdam se costearon con los destinados a juventud y educación, gestión urbana, barrios adecuados para la infancia, adaptación climática y salud.

Todavía queda margen de mejora. En ciertas escuelas se podrían impartir aún más clases al aire libre si el cuerpo docente recibiera el apoyo y la motivación necesarios. En otras, el espacio se podría aprovechar para reforzar la colaboración con los y las residentes del barrio y con ciertos grupos de la comunidad. Por ejemplo, se podrían organizar actividades para hacer que la gente se sintiera a gusto en el patio y se acostumbrara a considerarlo como un lugar “suyo”.

Actualmente, en Rotterdam hay 37 escuelas con patios verdes1. Estamos trabajando con esta y otras ciudades de los Países Bajos para elaborar una declaración política formal que exponga las características que debe tener un patio verde para ser lo más eficaz posible. Nuestro objetivo es que los equipos de dirección de los centros escolares incluyan automáticamente patios verdes en las escuelas nuevas y que consideren la financiación de estos proyectos como algo imprescindible. Esperamos que la ciudadanía, especialmente quienes cuidan a niñas y niños pequeños, desarrolle un sentimiento de pertenencia y responsabilidad con respecto a estos espacios y los vea como algo esencial para el bienestar de sus comunidades.

1 Para ver más información sobre los patios verdes, visite: https://brainbuilding.org/implementation/zoom-in/green-blue-schoolyards/

Ian Mostert Líder del proyecto, Institute for Nature Education

Rotterdam, Países Bajos

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