Vivir la infancia como migrantes

Una historia visual sobre el cambio climático y el futuro incierto de las familias migrantes

  • 25 noviembre 2021
  • 6 minutos de lectura

Nicoló Filippo Rosso es un galardonado fotógrafo italiano que vive en Colombia y cuya obra se ha expuesto por todo el mundo. Desde 2016, Rosso ha documentado la vida de La Guajira, una zona empobrecida del norte de Colombia donde, durante las últimas tres décadas, el cambio climático ha empeorado la desertificación y ha hecho que las condiciones de vida sean cada vez más duras. Más recientemente, ha fotografiado a familias venezolanas que viven en campamentos de La Guajira y de otros lugares del país, así como a migrantes de Centroamérica que se dirigen a la frontera entre Estados Unidos y México.

Rosso trabaja en blanco y negro para que sus fotografías tengan un aspecto más universal: “Es una forma de observar los movimientos migratorios de América Latina para luego reflexionar sobre quienes migran desde Siria, Afganistán y África”, explica. Aunque las circunstancias sean diferentes en cada caso, “el trauma psicológico que viven las personas migrantes siempre es el mismo”.

Según Rosso, la migración “explica el estado actual del mundo”. En 2020, en todo el planeta se desplazaron en total 82 millones de personas, entre las cuales había 35 millones de menores. “Esta movilidad humana que atraviesa el mundo de sur a norte es un problema enorme provocado por el cambio climático, la violencia, los gobiernos totalitarios, las dictaduras y las guerras”.

La Donjuana, Colombia, 2018

Una serie de migrantes de Venezuela se suben a un camión de carbón cuyo conductor se ha ofrecido a llevarlos. Han llegado desde su país al noreste de Colombia y ahora están intentando llegar a Bogotá. “Es un viaje épico. Tienen que andar kilómetros y kilómetros sin saber a dónde van. Los niños y las niñas viven parte de su infancia en estos desplazamientos, que pueden llegar a durar meses”, comenta Rosso.

Uribia, La Guajira, Colombia 2019

Una mujer venezolana construye un barracón en el desierto de La Guajira, cerca de la frontera con su país. Desde 2018, decenas de miles de venezolanos y venezolanas se han desplazado a grandes campamentos de migrantes situados en entornos inhóspitos a las afueras de poblados indígenas. “[Estas personas] vienen a Colombia en busca de mejores condiciones, pero lo que encuentran es una de las regiones más empobrecidas del continente”, comenta Rosso. Al no tener dinero para viajar a otro lugar, “están esperando a ver adónde ir o qué hacer”.

Maicao, Colombia 2020

Niños y niñas de Venezuela en las inmediaciones de un campamento de migrantes de La Guajira. Aquí carecen de acceso seguro a agua, alimentos, servicios sanitarios y educación, y corren el riesgo de caer en las redes de las bandas que controlan las zonas fronterizas. Aunque el clima de La Guajira es extremadamente seco, Rosso explica que, cuando llueve, los campamentos se inundan. “No hay servicios de saneamiento, imagínese en qué condiciones viven los niños y las niñas. Como no son conscientes de lo que ocurre, incluso juegan con agua contaminada”.

La Guajira, Colombia 2016

Residentes indígenas de La Guajira llenan depósitos de agua. Una ONG con sede en Bogotá abastece de agua a 32 comunidades indígenas de la región. “Desde que se secaron los ríos y no queda agua, dependen de las ayudas”, explica Rosso. “Llegan camiones cada dos semanas, así que el agua tiene que durar”.

Uribia, La Guajira, Colombia, 2019

Jeiliza, una venezolana de 19 años, en el séptimo mes de su primer embarazo. Después de abandonar su país, pasó un año en uno de los campamentos de migrantes de La Guajira. Las madres migrantes no tienen acceso a atención prenatal. Durante los desplazamientos, caminan hasta quedarse sin fuerzas: como les da miedo enfrentarse a las autoridades, muchas prefieren no arriesgarse a pedir ayuda. Las que ya viven en los campamentos buscan el modo de llegar a un hospital o bien se ponen en manos de matronas indígenas que las ayudan a dar a luz allí mismo. Comienza así la odisea de un nuevo miembro de la generación de migrantes.

Uribia, La Guajira, Colombia, 2020

Una madre venezolana y su familia, en un barracón de un campamento de migrantes. Debido a los confinamientos provocados por la COVID-19, se ha interrumpido el programa educativo para los niños y niñas migrantes que proporcionaba una ONG local. No resulta nada fácil garantizar la seguridad y la higiene de la familia, lo cual intensifica el estrés de los padres y las madres. “Los chicos están haciendo los deberes ellos solos”, cuenta Rosso. “Ambos muestran un gran interés por estudiar”.

Riohacha, Colombia, 2016

Indígenas de Colombia caminando sobre las huellas de los bulldozers que derribaron su casa, que aseguraban que había sido comprada por una banda local. Ante las amenazas violentas y la escasez de agua, las familias de La Guajira que se dedican a la agricultura se trasladan a otras zonas de la región o migran a las ciudades, donde suelen acabar viviendo en la calle porque no encuentran trabajo.

San Pedro Sula, Honduras, Enero 2021

Clase de una escuela primaria de Chamelecón, un barrio de San Pedro Sula. Dos meses después de que los huracanes Eta y Iota asolaran Centroamérica, el aula seguía cubierta de barro. Estos fenómenos extremos provocaron una de las mayores olas de migración a Estados Unidos de la década. “La respuesta del gobierno no estuvo a la altura”, dice Rosso. “Esta fotografía habla de la infancia sin mostrarla, habla del cambio climático de forma muy directa, habla de la falta de acceso a la educación”.

La frontera entre Honduras y Guatemala, 2021

Una niña hondureña mira por la ventana desde un autobús. Salió de su país en una caravana de migrantes en enero de 2021, dos meses después del paso devastador de los huracanes. Muchas personas abandonaron sus hogares a pesar de que numerosas fronteras estaban oficialmente cerradas debido a la COVID-19. “Estoy tratando de dar a conocer esta historia apelando a las emociones de la gente”, comenta Rosso.

Ciudad Juárez, Mexico, 2021

Una mujer atraviesa el Río Grande con dos niños. Quienes buscan asilo muchas veces se entregan a las autoridades estadounidenses para iniciar una solicitud formal de asilo político. Sin embargo, debido a las leyes de salud pública en vigor durante la pandemia, se ha expulsado a muchas personas de Estados Unidos y se las ha obligado a volver a México. “La migración es una cuestión universal”, explica Rosso. “En lugar de centrarme en un reportaje específico, pensé que sería mejor observar la migración en general como fenómeno de nuestros tiempos”.

Nicoló Filippo Rosso Fotógrafo documentalista

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