Comentarios del comité consultivo

  • 28 marzo 2023
  • 7 minutos de lectura
Foto: Cortesía de la Fundación Bernard van Leer.

La economía del comportamiento permite mejorar los programas para la primera infancia por un bajo coste

Florencia Lopez Boo
Responsable de economía, coordinadora del área de ECD
Banco Interamericano de Desarrollo, Washington D. C. (EE. UU.)

Al tomar decisiones en materia de crianza, muchas veces intervienen ciertos sesgos, sobre todo en los contextos más desfavorecidos, lo cual hace que los padres y las madres no sean coherentes con sus intenciones reales. Para diseñar estrategias que permitan superar esos sesgos, es crucial saber cómo afectan a las decisiones de las personas cuidadoras. Las ciencias del comportamiento demuestran que es posible mejorar la eficacia de las intervenciones tradicionales destinadas a la primera infancia.

Por ejemplo, cada vez hay más estudios que subrayan la utilidad de los mensajes para dar un empujoncito a las personas cuidadoras. Las intervenciones sencillas basadas en herramientas de comunicación de bajo coste como los SMS pueden ser muy eficaces si se diseñan bien.

Estoy encantada de participar en este número de la revista, que arroja luz sobre el modo en que la economía del comportamiento puede mejorar las políticas y los programas para la primera infancia. En los artículos que he revisado, se destacan los efectos que pueden tener los sesgos (como el sesgo del presente, la atención limitada o la capacidad de procesar información) en los cuidadores y cuidadoras, y se explica cómo tener en cuenta esos sesgos en intervenciones como las estrategias de comunicación de bajo coste. Varios autores y autoras demuestran lo rentables que pueden ser las intervenciones de este tipo en contextos muy distintos y, al mismo tiempo, reflexionan abiertamente sobre las limitaciones de las herramientas conductuales.

En las ciencias del comportamiento, lo importante no son solo las herramientas sino también la mentalidad de las personas

Josh Martin
Consultor de innovación independiente
Arabsalim (Líbano)

Muchas veces se compara la innovación con una «caja de herramientas» llena de utensilios de distintos tamaños y formas, cada uno de los cuales sirve para algo diferente. Basta con saber qué utilizar en cada situación, y el resto es solo cuestión de práctica.

Pero la innovación (sobre todo la innovación conductual) no siempre funciona así. A veces esa herramienta que a ti te resulta tan útil a tu vecino no le sirve de nada. Los utensilios cambian constantemente, al igual que la caja en sí.

Veamos una metáfora más adecuada: la crianza. Tu hijo come coliflor en casa de su amigo, pero en la tuya solo quiere pizza o pasta. En el colegio se porta bien, pero contigo es otra historia. Los niños y las niñas van cambiando con la edad. ¿Cómo van a saber las familias «qué funciona»?

No pueden saberlo. Hacen lo que pueden para utilizar técnicas nuevas cuando las descubren, tal vez leyendo revistas como esta. Pero en el fondo saben que la mejor forma de cambiar el comportamiento de sus hijos e hijas es modificar el suyo propio, y para eso no hay recetas sencillas. La única técnica infalible es tener espíritu crítico, replantearse las ideas preconcebidas y tratar siempre de mejorar, sabiendo que no hay atajos.

Las herramientas son importantes, pero también lo es la mentalidad de quien las utiliza (ya sea quien cuida a los niños y niñas o quien diseña los programas). He tenido el privilegio de revisar varios artículos de este número y lo que me parece que han hecho de maravilla los autores y editores ha sido no limitarse a exponer ciertos conceptos nuevos o insistir en la máxima de que «el contexto importa», sino que han demostrado lo crucial que es para las ciencias del comportamiento ser humildes, saber adaptarse a las distintas situaciones y no dejar nunca de hacerse preguntas.

Mucho más que «empujoncitos»: las ciencias del comportamiento sirven de base para orientar las inversiones en desarrollo de la primera infancia

Lisa A. Gennetian
Profesora Pritzker de estudios de políticas para la primera infancia
Duke University, Durham (Carolina del Norte, EE. UU.)

Mi encontronazo intelectual con la disciplina de la economía del comportamiento tuvo lugar hace más de diez años. Como experta en economía aplicada que centraba su investigación en el problema social de la pobreza y en el desarrollo infantil, este nuevo conjunto de ideas y herramientas (que iba más allá de los recursos económicos y del tiempo dedicado al hogar) para mí era revolucionario.

Empecé a ver a las familias y otras personas cuidadoras desde un punto de vista completamente nuevo. Por mucha información que tengan y muy buenas que sean sus intenciones, al final son (como lo somos todos) seres humanos imperfectos, sujetos a sesgos y normas que dependen del contexto y de las circunstancias. Ya no me parece posible evaluar la crianza observando con atención una serie de capacidades o la calidad del tiempo y de las interacciones que se comparten con los niños y las niñas. Al contrario, tenemos que ser conscientes de que la crianza es el resultado de cientos de decisiones diarias, desde las más insignificantes hasta las más importantes, las cuales se toman sobre la marcha y requieren recursos económicos, sociales y mentales, como el sentido del humor, la paciencia y la resiliencia.

Me di cuenta de que los ecosistemas políticos y económicos más amplios no siempre dan prioridad al cuidado y a los padres y las madres en el sistema familiar. Desde entonces, he llevado estos hallazgos prácticamente a todos mis estudios sobre pobreza infantil, ayudas económicas e intervención temprana.

Por ejemplo, en el diseño de un programa de transferencia de efectivo incondicional mensual para reducir la pobreza entre las familias estadounidenses con niñas y niños pequeños, se tuvo en cuenta el modo en que la capacidad de atención de la gente se ve mermada por la escasez y la inestabilidad financiera. Un estudio reveló que, al inscribir automáticamente en un programa de alfabetización temprana a las familias en cuanto nacía un niño o niña, dándoles la posibilidad de renunciar si así lo preferían, aumentaba la cantidad de cuidadores y cuidadoras que ponían en práctica la información recibida. En otro estudio, se observó que el hecho de fomentar un sentimiento de orgullo permitía reducir los juicios de valor y la estigmatización que a veces traen consigo, sin pretenderlo, los programas de ayuda a la crianza.

Ha sido un honor para mí participar en este número de la revista. Estos artículos demuestran que las ciencias del comportamiento ofrecen mucho más que un empujoncito: brindan una perspectiva centrada en el ser humano que es fundamental para orientar y dar forma a la inversión social en desarrollo de la primera infancia.

Inversiones en ciencias del comportamiento que llevan las ideas a la práctica

Sam Sternin
Consultor sobre ciencias del comportamiento
Fundación Bernard van Leer, Ho Chi Minh (Vietnam)

La Fundación Bernard van Leer empezó a prestar atención a las ciencias del comportamiento hace siete años. Aunque muchos programas para la primera infancia trataban de informar o educar a las personas cuidadoras, lo que de verdad necesitaban las familias era ayuda para pasar de las buenas intenciones a la acción.

Hace mucho tiempo que se utilizan métodos conductuales en campos como la nutrición infantil, la prevención del VIH y la higiene, pero gran parte de la comunidad de la primera infancia aún no se ha familiarizado con estos enfoques. En muchas ocasiones se siguen utilizando los métodos de comunicación, educación e información surgidos en los años 80, sin tener en cuenta la revolución que han vivido campos como la economía del comportamiento y el diseño centrado en el ser humano, el boom de las redes sociales o los nuevos métodos de participación.

Junto con nuestras contrapartes, hemos empezado a adoptar nuevos métodos y a medir los cambios observando los comportamientos en lugar de los conocimientos. Este número de Espacio para la Infancia reúne el fruto de ese trabajo, con una serie de artículos que ayudan a comprender mejor la intersección entre las ciencias del comportamiento y el desarrollo de la primera infancia. Resulta inspirador ver la creatividad, el rigor y la determinación con que se trabaja en distintos lugares del mundo para ir más allá de los límites establecidos y desafiar los puntos de vista paternalistas y rígidos en cuanto a las necesidades de las familias.

La Fundación Bernard van Leer se compromete a invertir en las ciencias del comportamiento para la primera infancia con iniciativas como el curso de INSEAD para líderes en primera infancia, el desarrollo de kits de herramientas y guías como el Little Parenting Book (pendiente de publicación), la colaboración con el Banco Interamericano de Desarrollo para generar pruebas de mejor calidad mediante la investigación aplicada junto con los gobiernos y el cuerpo académico de varios países, y un estudio panorámico que se realizará próximamente sobre el uso de la tecnología para influir en los comportamientos de los profesionales de la primera infancia y las personas cuidadoras.

Seguiremos intensificando y ampliando estas colaboraciones, para que los y las profesionales de la primera infancia puedan dotar a las familias de los recursos necesarios para que se conviertan en las proveedoras de cuidado que aspiran a ser.

Sam Sternin Consultor independiente, Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam
Florencia Lopez Boo
Lisa A. Gennetian
Josh Martin
Temas Ciencias del comportamiento Crianza Liderazgo Niños

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