La mejor inversión que puede hacer una sociedad

  • 1 julio 2017
  • 7 minutos de lectura
Foto: Enrico Fabian/World Bank

En plena aceleración de la economía digital, los responsables de las políticas del mundo tienen que enfrentar un importante reto: preparar a los trabajadores para la cuarta revolución industrial. No sabemos qué nuevas tecnologías y qué avances científicos transformarán el mundo durante las próximas décadas, pero sí tenemos la certeza de que las economías del futuro necesitarán profesionales capaces de razonar, analizar, colaborar y adaptarse con rapidez para seguir el ritmo a la innovación. En consecuencia, lo mejor que pueden hacer las sociedades es cultivar estas competencias en los trabajadores del futuro y, para ello, lo primero es invertir en el corto plazo en la materia gris de las mentes más jóvenes.

Al invertir en la primera infancia, no sólo se transforma la vida de los niños, sino que se influye en el crecimiento y la competitividad del país. Los datos científicos que respaldan esta afirmación son abrumadores; ahora está más claro que nunca que invertir en la infancia temprana (sobre todo en los primeros 1000 días de vida, cuando el desarrollo cerebral es más intenso) resulta vital para que los niños desarrollen plenamente su potencial y no perpetúen el ciclo de pobreza.

Sin embargo, hoy millones de niños se ven destinados al fracaso. Alrededor del 43% de los menores de 5 años de los países de renta media y baja corren el riesgo de sufrir retrasos irreparables en su desarrollo cognitivo, físico y socioemocional debido a malnutrición, falta de aprendizaje y estimulación temprana o exposición a violencia y abandono (Black y otros, 2016). En particular, los millones de niños que se crían en zonas de guerra y los que son desplazados por violencia son especialmente vulnerables debido a su exposición a estrés tóxico.

Si los niños no reciben los cuidados y estímulos necesarios durante sus primeros 1000 días de vida, la fase crítica del desarrollo cerebral, no aprovecharán plenamente la educación que reciban después y su potencial de aprendizaje se reducirá en una cuarta parte (Black y otros, 2016). Entre las madres desnutridas y desfavorecidas, la probabilidad de tener hijos desnutridos se multiplica por tres (Victora y otros, 2008), con lo que se perpetúa el círculo vicioso de la pobreza intergeneracional.

En el ámbito social, un mal desarrollo temprano supone un lastre para el crecimiento económico y agrava desigualdades que pueden sembrar descontento. Según los cálculos del Grupo del Banco Mundial, el PIB per cápita del África subsahariana y el Sur de Asia hoy sería entre un 9 y un 10% más alto si se hubiera eliminado la malnutrición crónica cuando los trabajadores actuales eran niños. A escala mundial, la cifra es del 7% (Galasso y otros, 2017).

El costo de la inacción no hará más que aumentar, pues las facultades cognitivas serán cada vez más importantes en las economías del futuro. Me preocupa que, si esta tendencia continúa, el destino común de un número importante de países sea la fragilidad, el conflicto, la violencia, el extremismo y la emigración. Invertir en el desarrollo de la materia gris significa invertir en reducir la inseguridad en muchos lugares del mundo.

Está claro que no conseguiremos acabar con la pobreza extrema ni impulsar la prosperidad compartida si no ayudamos a los niños a desarrollar plenamente su potencial. Por lo tanto, es urgente ampliar las inversiones destinadas al desarrollo físico, cognitivo, lingü.stico y social de los niños pequeños (no solo en los países de renta baja, sino también en los de renta media que realmente lo necesiten).

Por suerte, existen pruebas de peso que revelan qué tipo de intervenciones funcionan y en qué conviene invertir para obtener los mejores resultados. Cada vez hay más estudios que demuestran que, para que un niño desarrolle su potencial, la clave está en adoptar un enfoque multisectorial integrado que fomente el cuidado afectivo, estimule el aprendizaje y proteja a los pequeños de las enfermedades, la violencia y el estrés.

Las estrategias nacionales más eficaces consisten en paquetes de intervención de gran impacto que agilizan la prestación de servicios y maximizan el ahorro, con el objetivo de brindar a las familias jóvenes más vulnerables el tiempo, los recursos y las competencias que necesitan para cuidar a los niños con cariño. El Grupo del Banco Mundial, en colaboración con sus contrapartes, se ha basado en los últimos estudios para crear cinco paquetes de este tipo que abarcan 25 servicios destinados a familias con niños pequeños. Para implantarlos, es imprescindible adoptar un enfoque que abarque todos los niveles de gobierno y coordine la prestación de servicios en los distintos sectores (sanidad, nutrición, educación, protección social, conservación medioambiental, agua e higiene).

Así como la inversión en los primeros 1000 días de vida es lo que más marca la diferencia, el acceso a la enseñanza preescolar garantiza que el desarrollo continúe sin interrupciones. Aunque se ha demostrado que la educación preescolar dota a los niños de las competencias necesarias para obtener buenos resultados en la escuela, menos de la mitad de los niños del mundo de entre 3 y 6 años de edad tienen acceso a ella. En el África subsahariana, la cifra se limita a un 20% (UNESCO, Internet).

En Senegal se han observado los espectaculares resultados que se logran con una estrategia holística y coordinada destinada a la primera infancia. Gracias a un fuerte liderazgo político en los niveles más altos, el país integró un sistema de prestación de servicios y trabajó de forma coordinada con una serie de ONGs y una amplia red de voluntarios comunitarios. De este modo, se redujo la tasa de retrasos en el crecimiento, que a finales de los años noventa superaba el 30% y en 2014 había bajado a un 18–19%, uno de los índices más bajos del África subsahariana (Organización Mundial de la Salud, Internet).

Lo más resaltante es que los espectaculares resultados obtenidos en Senegal se pueden alcanzar con intervenciones de bajo costo. Con una inversión temprana relativamente modesta, no sólo se mejora el desarrollo de la primera infancia, sino que también se aumenta la eficacia de otras iniciativas y se estimula el crecimiento durante décadas. Según los cálculos del Grupo del Banco Mundial, si se amplían las intervenciones para reducir la desnutrición crónica en el 90% de la población mundial durante la próxima década, se gastarían 7000 millones de dólares al año, lo que equivale a un coste de 10 dólares por niño por año (Shekar y otros, 2016), y la tasa de rentabilidad ascendería al 15–24%, con un ratio medio entre beneficio y coste de 15 a 1 (Galasso y otros, 2017). Otras inversiones destinadas al desarrollo de la primera infancia también garantizan una rentabilidad similar. Por ejemplo, por cada dólar invertido en programas preescolares de calidad, se obtiene un beneficio de entre 6 y 17 dólares (Engle y otros, 2011).

Ahora el reto consiste en generar la voluntad política para priorizar los cambios necesarios en las intervenciones, la coordinación entre los diferentes sectores y las inversiones que hacen falta para que todo niño pueda prosperar. El Grupo del Banco Mundial ha colaborado con los gobiernos para garantizar que todos los países en los que trabajamos implanten una estrategia nacional sólida y puedan ampliar las iniciativas que hayan demostrado su eficacia. Cada vez es más habitual que los responsables de las políticas reconozcan la importancia del desarrollo de la primera infancia, pero se necesitan más actividades de convencimiento y, sobre todo, más recursos.

Con el fin de asegurar que el tema mantenga su relevancia, el Grupo del Banco Mundial organizó en octubre de 2016 una Cumbre de Capital Humano sobre Inversión en la Primera Infancia para Impulsar el Crecimiento y la Productividad, en la que los ministros de Economía de nueve países se comprometieron a mejorar los programas de nutrición, salud y educación destinados a la primera infancia.

Dada la magnitud del desafío y la necesidad de ampliar con rapidez las soluciones, es imprescindible forjar alianzas sólidas y, en este sentido, ha resultado alentador participar en el fortalecimiento de una coalición que promueve el desarrollo de la primera infancia e interviene proveyendo financiamiento. Entre los colaboradores, cabe destacar el Mecanismo Mundial de Financiamiento para la iniciativa Every Woman Every Child (Todas la Mujeres, Todos los Niños), la Early Learning Partnership (Asociación para el Aprendizaje Temprano), la Alianza Global para Poner Fin a la Violencia contra la Niñez, el Movimiento para el fomento de la nutrición y The Power of Nutrition (El Poder de la Nutrición).

A partir de estas iniciativas, en abril de 2016 el Banco Mundial y UNICEF pusieron en marcha la Red de Acción por el Desarrollo de la Primera Infancia (ECDAN), una plataforma para llevar a cabo de forma conjunta actividades de promoción, aprendizaje, medición y definición y distribución de responsabilidades (véase la página 97). El punto fuerte de esta red es su diversidad, pues reúne a importantes representantes de los sectores público y privado, sociedad civil, entidades académicas, asociaciones profesionales, fundaciones, donantes y comunidades locales.

Cada parte implicada tiene un papel clave que desempeñar. Los líderes del mundo empresarial se convertirán en eficaces defensores de la primera infancia si convencen a los responsables de las políticas de que, desde el punto de vista económico, es rentable invertir en desarrollo humano. Los gobiernos podrán prestar servicios integrados a gran escala, mientras que las fundaciones están bien posicionadas para apoyar ideas innovadoras piloteadas en el terreno por ONGs o que surjan de investigaciones académicas. Las empresas privadas podrán impulsar la innovación y aprovechar las alianzas globales para difundir ideas prometedoras en distintas regiones y en todo el mundo.

Es responsabilidad de todos que los niños reciban las competencias y los cuidados necesarios para desarrollar plenamente su potencial. Si se invierte lo suficiente en los primeros años de vida, la economía prospera y el tejido de la sociedad se fortalece. El desafío consiste en garantizar que todos entiendan la importancia estratégica del desarrollo en la primera infancia para construir un mundo más justo y próspero, así como en evitar que los niños queden rezagados en un futuro que sin duda nos sorprenderá a todos.

Las referencias bibliográficas aparencen en la versión PDF del artículo.

Jim Yong Kim
Temas Liderazgo Políticas

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