Muchos de los niños que nacen ahora vivirán hasta 2100, cuando (según la trayectoria actual de las emisiones de gases de efecto invernadero) las temperaturas habrán subido 4 °C (Collins y otros, 2013), numerosas zonas costeras habrán quedado sumergidas por el aumento del nivel del mar, y los fenómenos meteorológicos extremos habrán afectado drásticamente a la producción agrícola y agravado la escasez de agua. La programación de medidas en favor del desarrollo de la primera infancia debería ir siempre acompañada de políticas para limitar el impacto del cambio climático en los niños a lo largo de su vida. Pero ¿la agenda climática puede servir también para reforzar los argumentos en defensa de la mejora del desarrollo de la primera infancia?
Estamos convencidos de que es así, pero hay que aclarar las trayectorias, las conexiones y las relaciones causa–efecto entre las políticas climáticas y los factores que impulsan el cuidado cariñoso y sensible y el desarrollo infantil, realizando mapas, informes y estudios siempre que sea necesario.
Por ejemplo, cada vez hay más pruebas del importante papel que desempeñan el urbanismo y el entorno físico en la mejora del desarrollo infantil, con cuestiones que van desde la disponibilidad de parques y otros espacios para jugar hasta el modo en que los niños y sus cuidadores se desplazan a lugares como los centros de salud y de enseñanza preescolar (Brown y otros, 2019). Todo esto influye en las políticas que se están considerando en materia de mitigación del cambio climático y adaptación a este, para abordar cuestiones como la planificación del uso del suelo, energía limpia y transporte sostenible, ecologización de las ciudades, y eficiencia energética y ventilación de edificios.
“Dicho de otro modo, los países con ingresos más altos protegen a los niños pequeños hoy, pero fracasan a la hora de garantizar su seguridad a largo plazo.”
La contaminación atmosférica, que afecta al desarrollo físico y cognitivo de los niños, es un punto de conexión con el cambio climático especialmente destacado. Muchas de sus causas son las mismas que las de los gases de efecto invernadero, pero los ciudadanos la pueden medir con más facilidad y se puede utilizar a la hora de rendir cuentas a escala local. Otros posibles vínculos entre el cambio climático y el desarrollo de la primera infancia los encontramos en los fenómenos meteorológicos extremos, las sequías, las inundaciones, los incendios, las altas temperaturas, las nuevas enfermedades infecciosas y transmitidas por vectores, y los cambios en el acceso al agua y los alimentos.
Hay dos análisis destacados que abordan la cuestión de la conexión entre el cambio climático y la primera infancia. El primero es el informe sobre el derecho a un entorno limpio y saludable para los niños que realizó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH, 2018), en el que se defiende la necesidad de abordar un amplio espectro de decisiones políticas sectoriales desde el punto de vista de los derechos de la infancia. El segundo, sobre el futuro de los niños del mundo (Clark y otros, 2020), proviene de la Comisión de The Lancet y demuestra la desconexión existente entre las medidas adoptadas para mitigar el cambio climático y los niveles de cuidado cariñoso y sensible: los países más ricos obtienen buenos resultados cuando se mide un dato compuesto como el “índice de prosperidad”, pero no se comprometen a reducir las emisiones de CO2 de manera satisfactoria. Dicho de otro modo, los países con ingresos más altos protegen a los niños pequeños hoy, pero fracasan a la hora de garantizar su seguridad a largo plazo.
Para impulsar una agenda que una el cambio climático con el desarrollo de la primera infancia, habrá que exponer los análisis y trayectorias mencionados con el fin de implicar a diversas partes interesadas en torno a políticas específicas. Por mencionar solo un ejemplo, esta agenda común reforzaría objetivos políticos como la supresión de subvenciones a los combustibles fósiles.
Cambio climático y salud
No es la primera vez que se trata de vincular el cambio climático con otro ámbito para reforzar las dos agendas: ya se ha trabajado para integrar la cuestión sanitaria en el debate climático, sobre todo en lo que se refiere a las enfermedades no transmisibles.
La evolución de este discurso y de los estudios al respecto se aprecia claramente en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC). En el primero, publicado en 1991, no se mencionaba la salud. En el segundo se hacía referencia a los efectos directos que tienen en la salud el calor y los fenómenos meteorológicos extremos. En el tercero se abordaban también las consecuencias sanitarias indirectas de distintos vectores de enfermedades (mosquitos, la calidad del agua y del aire, la cantidad y calidad de los alimentos). En el cuarto informe, de 2007, se trataba la cuestión de la vulnerabilidad sanitaria y la adaptación al cambio climático.
“No es la primera vez que se trata de vincular el cambio climático con otro ámbito para reforzar las dos agendas: ya se ha trabajado para integrar la cuestión sanitaria en el debate climático, sobre todo en lo que se refiere a las enfermedades no transmisibles.”
Sin embargo, se percibía cierta reticencia a relacionar la mitigación del cambio climático con la salud entre quienes se ocupaban de estos asuntos. En particular, se tendía a desvincular por completo el cambio climático de las enfermedades no transmisibles (como las cardíacas, los infartos y los tumores), cuya prevención se asociaba únicamente a la dieta, la actividad física o el abandonando hábitos nocivos como fumar. Pero la conexión con la acción contra el cambio climático quedó clara al poner en común datos sobre la eficacia de políticas de mitigación del cambio climático de diversos sectores (como el transporte, la energía, la agricultura y la gestión de desechos) en la prevención de enfermedades no transmisibles.
El quinto informe, publicado en 2014, abordaba las ventajas sanitarias derivadas de las medidas de mitigación (Smith y otros, 2014). Este nuevo marco estaba respaldado por una serie de análisis de datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que estudiaban la correspondencia entre los riesgos y beneficios sanitarios de varias políticas orientadas a frenar el cambio climático (OMS, 2011, 2012). El objetivo era descubrir qué medidas resultaban más beneficiosas para la salud y cuáles presentaban más riesgos (por ejemplo, el fomento de los motores diésel, que emiten menos gases de efecto invernadero que los de gasolina pero son perjudiciales desde el punto de vista sanitario).
La revista The Lancet ayudó a consolidar el uso del término health co-benefits (beneficios secundarios para la salud) con relación a las medidas orientadas a mitigar el cambio climático y adaptarse a él (Costello y otros, 2009), y en la serie Countdown on climate and health (Cuenta atrás para el clima y la salud), que publica una vez al año desde 2017 (Watts y otros, 2017), facilita indicadores sobre los factores que agravan las enfermedades no transmisibles y el cambio climático en varios sectores, además de estudiar las enfermedades infecciosas y los fenómenos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático.
La agenda de la investigación
Sin embargo, ni la serie de The Lancet mencionada ni el último informe de salud del GIECC mencionan el desarrollo de la primera infancia, y lo mismo ocurre con otros muchos grupos destacados que defienden las medidas encaminadas a proteger la salud y combatir el cambio climático. Para cubrir esta brecha, se requieren tres tipos de investigación:
- validación de indicadores para analizar el desarrollo de los niños desde el nacimiento hasta los 3 años (Richter y otros, 2019) que permitan estudiar los puntos de conexión con las políticas climáticas, los factores de riesgo intermediarios y otro tipo de intervenciones
- definición de trayectorias basadas en pruebas que vinculen el desarrollo de la primera infancia y las políticas contra el cambio climático, lo cual facilitaría la narración y la detección de ámbitos en los que intervenir y áreas que investigar
- creación de mecanismos para que las distintas partes interesadas y la población en general se impliquen a largo plazo (por ejemplo, para facilitar la recopilación de datos, la realización de análisis contextuales y las medidas de rendición de cuentas, así como el uso de los resultados para enmarcar la acción política y de apoyo); los laboratorios u observatorios urbanos servirían para catalizar y poner a prueba esta agenda de investigación sobre las intervenciones.
Para respaldar y dar a conocer este tipo de actividades, resultaría útil crear una red de grupos comprometidos tanto con el desarrollo de la primera infancia como con la mitigación del cambio climático. Una colaboración de este tipo sería especialmente oportuna ahora que existe un debate mundial sobre cómo afrontar la recuperación económica tras la crisis de la Covid-19 (Attali, 2020): los argumentos en defensa de modelos económicos que promuevan el desarrollo de la primera infancia se verían reforzados si tuviésemos más pruebas sobre la conexión entre la salud de los niños pequeños y las políticas en favor de la sostenibilidad climática.
Se pueden consultar referencias en la versión en PDF del artículo.