Lecciones que nos deja Prinsenland

¿Cómo se ve un barrio neerlandés, amigable con la infancia, tres décadas después?

  • 25 noviembre 2021
  • 6 minutos de lectura
Foto: Cortesía de Mecanoo

En otoño de 1989, el director de la Empresa de viviendas sociales de los Países Bajos (MVV) me encargó el diseño de un plan de desarrollo urbano para 550 viviendas de Prinsenland, un barrio del noreste de Rotterdam en plena expansión. Por aquel entonces, Mecanoo era un estudio de arquitectura emergente y yo, una de sus socias fundadoras.

En aquellos tiempos, los programas de expansión urbanística solían ser repetitivos y prestar poca atención a los espacios públicos. El proyecto Prinsenland se diseñó como un manifiesto contra esa monotonía, con la ambición de crear un conjunto de edificios variado y articulado alrededor de entornos públicos diversos y bien utilizados, algo diferente de todo lo que existía hasta entonces.

Diseñamos una comunidad con zonas peatonales, donde los más pequeños podrían montar en triciclo o patinete y jugar a las canicas sin que sus padres los perdieran de vista. Creamos parques públicos que permitirían a las niñas y los niños algo mayores divertirse con sus amigos un poco más lejos de casa. Más adelante, podrían empezar a disfrutar de parques más grandes junto al lago, hasta que la ciudad entera se convirtiese en su lugar de ocio al llegar a la adolescencia.

Ahora que los niños que se criaron en este barrio ya son adultos, ha llegado el momento de ver cómo ha evolucionado este concepto tan original. Me gusta volver a visitar los proyectos que diseñé para seguir aprendiendo, y eso es lo que he hecho recientemente en Prinsenland. Quería saber cómo lo percibe la gente hoy, qué aspectos del diseño original siguen funcionando y qué conclusiones podemos sacar. Igual que los niños van descubriendo algo nuevo con cada paso que dan, nosotros deberíamos hacer lo mismo a la hora de diseñar barrios y ciudades.

La visión del proyecto de Prinsenland

Inicialmente nuestro objetivo era crear un distrito con un alto factor táctil, tanto en la arquitectura como en los espacios públicos. Cuando diseño una comunidad, un árbol puede cobrar más importancia que un ladrillo, en mi opinión. No quería llenar el barrio de losas de hormigón de 30 × 30 cm, sino crear un lugar con distintos materiales, texturas, olores y colores que los vecinos pudiesen disfrutar y que inspirasen una gran fuerza imaginativa y narrativa. Quería que quien pasara ahí su infancia, durante la época de la vida en que se van desarrollando los sentidos, nunca olvidase este lugar.

La cantidad de tiempo que pasan las niñas y los niños jugando al aire libre, la posibilidad que tienen de moverse por su cuenta y su nivel de contacto con la naturaleza son claros indicadores de la calidad de vida que ofrece una ciudad. Además, se trata de factores cruciales para el desarrollo mental, físico y emocional durante la infancia. En nuestro trabajo, los urbanistas deberíamos tratar siempre de apelar a los sentidos, mediante la creación de lugares diversos, coloridos y táctiles. Asimismo, deberíamos tener en cuenta las diferentes generaciones: un sitio seguro para las niñas y los niños lo es también para los adultos. Aunque concebimos este proyecto pensando en las niñas y los niños, queríamos crear un barrio atractivo para todos, donde se sintiese el olor de la primavera, se vieran los colores del otoño y se percibiesen los cambios de todas las estaciones.

Nuestro plan maestro constaba de cuatro ejes idénticos articulados en torno a una columna vertebral verde que llevaba hasta el lago Ringvaart. La división estricta de la tierra en franjas se transforma a través de una coreografía arquitectónica en la que varios bloques de pisos, cuidadosamente detallados y dispuestos en distintos ángulos, crean nuevos espacios por medio de cambios de dirección. Entre una franja y otra, hay caminos residenciales que se abren paso entre cuatro jardines, cada uno con un estilo paisajístico diferente: francés, neerlandés, japonés e inglés.

‘Igual que los niños van descubriendo algo nuevo con cada paso que dan, nosotros deberíamos hacer lo mismo a la
hora de diseñar barrios y ciudades.’

Cada jardín se diferencia por el tipo de pavimentación, mobiliario urbano, elementos de juego, plantas y árboles. Los diseñamos para que fuesen interactivos y estimulasen los sentidos. Por ejemplo, imaginábamos que, al pedalear por el camino de hormigón que atraviesa el césped del parque japonés, un niño no solo oiría el traqueteo del triciclo, sino también el rumor del bambú, y luego podría trepar por las grandes rocas irregulares o jugar con los cantos rodados.

En el parque inglés, los pequeños podrían patinar por las suaves inclinaciones, jugar al minigolf y sentir las espinas de las abundantes rosas. Adentrándose en el corral de la zona neerlandesa, con sus sauces podados, verían vacas blancas y negras y un toro rojo. A la sombra de los plátanos del parque francés, podrían jugar sobre el adoquinado o ir al arenero, que habíamos rodeado de bancos de estilo parisino y una valla para impedir que entrasen los perros.

Regreso a Prinsenland

Cuando volví a Prinsenland hace unos meses, me encontré con un bonito barrio cuyos valores siguen vivos. Sigue siendo un lugar agradable para vivir y jugar, que invita a descubrir sus distintos espacios. Sin embargo, parece que ahora hay menos familias y niños pequeños que disfruten de las experiencias sensoriales que ofrece. Los materiales táctiles que habíamos elegido con tanto mimo ahora están envejecidos y habría que renovarlos. El mantenimiento del espacio público no es tan cuidadoso como nos gustaría.

En nuestro proyecto original, contribuimos a la creación de un plan de gestión para mantener la calidad del espacio público, pero en la práctica no se ha respetado. Inicialmente nuestros clientes eran el municipio, una empresa de viviendas y los vecinos, y todas las casas estaban destinadas al alquiler. Ahora vemos que algunas se han vendido y parte del terreno se ha convertido en jardines privados, lo cual ha tenido un impacto sobre la calidad del espacio público. Además, la empresa de viviendas ha atravesado varios cambios y fusiones, lo que a su vez puede haber contribuido a agravar estos problemas.

Por lo general, una vez terminado el proyecto, los urbanistas se van con la esperanza de que el objetivo original perdure en su ausencia, pero nunca es fácil lograr una continuidad a lo largo de varias décadas. El barrio en sí, el contexto y las personas van cambiando conforme pasa el tiempo. Hoy, junto con los residentes y la empresa de viviendas actual, estamos tratando de poner en marcha un nuevo plan de mantenimiento para los espacios públicos.

Visión para el sur de Róterdam (Perspectief op Zuid). Ilustración: Cortesía de Mecanoo

Cambio climático y diseño de los barrios

En Prinsenland, nos centramos en crear una composición ideal de espacios públicos para niñas y niños de todas las edades durante todas sus fases de desarrollo. Cuando diseñamos barrios nuevos en 1989, no teníamos en mente el cambio climático, pero en la actualidad se trata de un aspecto fundamental del urbanismo. Ahora siempre nos planteamos cómo abordar el cambio climático dentro de cada barrio y en la ciudad en su conjunto. ¿Cómo podemos convertir en componentes esenciales del urbanismo los distintos aspectos de la adaptación climática, como la naturaleza, el juego, la producción de alimentos, la biodiversidad y la conectividad?

En la actualidad estamos abordando estas cuestiones en nuestra colaboración con la Fundación Bernard van Leer, con el fin de seguir desarrollando nuestra visión para la zona sur de Rotterdam (Perspectief op Zuid) según los principios del programa Urban95 de la Fundación. Como hicimos con el proyecto de Prinsenland, buscamos soluciones que desafíen la normalidad para crear comunidades más agradables e inclusivas.

Una de estas iniciativas consiste en adaptar y reutilizar una infraestructura de 10 km de diques frente al agua, que recorre numerosos barrios del sur de Rotterdam. Para lo que hoy constituye una barrera, nosotros ideamos el parque más largo de los Países Bajos. Así, Het dijkpark atravesaría distintos barrios y los conectaría con el puerto y entre ellos, en lugar de crear divisiones como ahora. Así, se convertiría en un laboratorio viviente de estilos de vida más saludables, pues proporcionaría espacios de juego para niñas y niños de todas las edades y fomentaría la conectividad social, la resiliencia climática y la biodiversidad.

Het dijkpark no será un espacio público de un barrio en concreto, sino uno de las principales ejes del sur de Rotterdam, rebosante de vida, niñas, niños y familias. Como en la visión original que teníamos para Prinsenland, queremos crear lugares sensoriales y estimulantes que vayan evolucionando y prosperando junto con las familias y los pequeños que los utilizan durante su crecimiento.

Más información sobre el desarrollo de Prinsenland aquí.

Francine Houben Fundadora, Mecanoo Architects

Delft, Países Bajos

Temas Ciudades Juego Medio ambiente Monitoreo y evaluación Naturaleza Niños

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