Espacios que animan a jugar
¿Cómo diseñar los espacios para que las familias acudan y los utilicen?
¿Cómo diseñar los espacios para que las familias acudan y los utilicen?
Si piensa en el espacio público urbano y la población infantil, ¿qué es lo primero que le viene a la mente? Probablemente, un parque, con esos típicos elementos de colores primarios repartidos en un terreno plano. Sin embargo, los niños y las niñas pueden jugar (y, de hecho, lo hacen) prácticamente en cualquier lugar y con cualquier cosa. Los estudios realizados sobre el comportamiento de las familias, basados en encuestas y en la observación, sugieren cómo crear espacios públicos que hagan que las familias los aprovechen para mejorar los juegos infantiles.
“Tal vez los padres y las madres quieran que sus hijos jueguen, pero solo se lo permiten si pueden sentarse cerca para vigilarlos”.
Muchos de estos estudios, aunque no se enmarquen en el ámbito de las ciencias del comportamiento, contienen hallazgos pertinentes para este campo. Por ejemplo, se ha observado que los niños y las niñas tienden a jugar más en los lugares dotados de bancos, lo cual refleja un aspecto central en las ciencias del comportamiento: la tensión entre querer hacer algo y hacerlo realmente, pues tal vez los padres y las madres quieran que sus hijos jueguen, pero solo se lo permiten si pueden sentarse cerca para vigilarlos.
Los espacios públicos bien diseñados mejoran la vida de toda la ciudadanía, no solo de las familias con niñas o niños pequeños, pero son especialmente importantes para las familias que viven en zonas de bajos ingresos o en viviendas de baja calidad, pues son las que más se benefician de los espacios al aire libre y las que suelen tener menos acceso a ellos (Organización Mundial de la Salud, 2016). Durante la infancia, el juego al aire libre está relacionado con el bienestar y el desarrollo y crecimiento saludables (Ginsburg, 2007). Para quienes se ocupan del cuidado infantil, los espacios al aire libre donde reponer energías y estar en contacto con la naturaleza permiten relajarse, disfrutar los momentos de ocio y entablar relaciones positivas con los niños y niñas, parientes y otras familias (Roe y McCay, 2021).
Por desgracia, hay espacios públicos poco atractivos para las familias. El minimalismo de Schouwburgplein (una plaza del centro de Rotterdam) despierta la admiración de los arquitectos modernistas, pero gustó tan poco a las familias que hubo que dedicar un año a añadir césped artificial, fuentes y elementos para hacer deporte (véase la foto).
¿Cómo garantizar que los espacios públicos sean lo más útiles posible para las familias? Según estudios recientes basados en la observación y en encuestas, los ingredientes clave son la ubicación y la accesibilidad; la presencia de elementos naturales y la posibilidad de jugar de distintas formas; y la disponibilidad de sitios para sentarse (Talarowski, 2017; Hellerman, 2021). Aparte de la ubicación y el diseño, también es imprescindible un buen nivel de vigilancia, gestión y mantenimiento para que las familias se sientan en un lugar seguro y bien cuidado.
Todos los estudios revelan que los niños y las niñas pasan más tiempo jugando al aire libre en las zonas con más espacios verdes y menos tráfico: un hallazgo que coincide con las iniciativas que recuperan espacios urbanos para jugar y socializar (Bertolini, 2020). Aunque parezca sorprendente, la cantidad de parques que hay en la zona no es tan significativa (Lambert y otros, 2019). De todas formas, se ha constatado que los juegos infantiles con frecuencia tienen lugar en parques (Dodd y otros, 2021; Hellerman, 2021). La ubicación, la accesibilidad y la posibilidad de desplazarse a pie parecen fomentar el uso (Bornat, 2016).
Los espacios públicos tienen un mayor potencial de uso si se sitúan cerca de lugares frecuentados por las familias, como escuelas, centros de cuidado infantil grupal, hospitales o clínicas y centros comerciales. Los mapas que analizan los espacios públicos y las instalaciones disponibles en una zona de la ciudad, así como las conexiones entre ellos (véase la imagen), permiten detectar áreas por mejorar, carencias de distintos tipos de espacios, lugares con potencial y problemas de accesibilidad. Además, los resultados de estos análisis pueden ser la base para un trabajo que implique a la población local (Gill, 2021).
Una vez detectado un espacio público bien situado, ¿cómo diseñar un lugar que fomente el juego, la aventura y las relaciones? Un ingrediente indiscutible es la diversión. Al cerebro infantil se le da muy bien detectar las posibilidades lúdicas del entorno: no hay más que ver el interés que despierta la posibilidad de caminar sobre algún muro bajo de ladrillo junto a una acera. Para diseñar buenos espacios de juego, hay que tener esto en cuenta y pensar en términos de «potencialidad lúdica» (en inglés, play affordance), es decir, los elementos físicos de un espacio que proponen o fomentan distintos tipos de interacciones y comportamientos lúdicos (véase la página 38).
Esta potencialidad no se refiere solo a las interacciones físicas, sino que puede abarcar muchas modalidades diferentes y, de esta manera, fomentar diseños más inclusivos. Los asientos y los «objetos que permiten sentarse» dan la posibilidad a los cuidadores y cuidadoras de descansar y socializar sin perder de vista a los niños: no pueden faltar en un espacio público donde la gente vaya a pasar algo de tiempo (Gehl, 2010). Los materiales sueltos como la arena, la gravilla y el agua brindan infinitas posibilidades para construir cosas y jugar con la imaginación, como bien saben quienes se dedican a la educación de la primera infancia.
Las flores y plantas fomentan la exploración sensorial con el tacto y el olfato. La presencia de elementos naturales en los espacios públicos urbanos se asocia a una mejora de la salud mental en la población de todas las edades, pues se reducen los niveles de TDAH, depresión y ansiedad, y se han observado casos de efecto «dosis-respuesta». Dicho de otro modo, una mayor frecuencia de las experiencias genera resultados mejores (Roe y McCay, 2021).
Otro hallazgo útil a la hora de diseñar estos espacios es que los niños y las niñas (sobre todo a edades muy tempranas), cuando juegan, buscan la incertidumbre, retos e incluso algo de peligro. En muchos casos, esa sensación de miedo y diversión a la vez, de «mariposas en el estómago», es lo que hace que quieran seguir jugando (Sandseter, 2009). En psicología infantil, se dice que el juego con un elemento de riesgo ayuda a familiarizarse con experiencias que implican incertidumbre y un posible daño, así como con las sensaciones corporales que las acompañan; de este modo, se reduce la ansiedad y el pánico que podrían ser perjudiciales durante el desarrollo infantil (Dodd y Lester, 2021).
Sin embargo, el concepto de juego arriesgado a veces es difícil de aceptar para las personas adultas. Trabajar el equilibrio en la gestión de los riesgos (es decir, reconocer las ventajas al tiempo que se afrontan los peligros) puede facilitar una buena toma de decisiones (Gill, 2018). Por ejemplo, en Escocia, la regulación en materia de cuidado infantil ha incorporado enfoques basados en el binomio beneficios-riesgos como forma de fomentar los desafíos en el aprendizaje y el juego al aire libre (Care Inspectorate, 2016).
En este artículo he resumido una gran cantidad de estudios basados en la observación y en encuestas sobre el comportamiento de los niños y las niñas y quienes los cuidan. Esta literatura, cada vez mayor, deja claro que un buen diseño en el lugar adecuado resultará muy útil para garantizar que la población infantil, junto con los y las responsables del cuidado, pueda cosechar los beneficios de la actividad frecuente al aire libre.
“Los estudios de comportamiento podrían facilitar más información que ayude a localizar y diseñar espacios públicos para jugar”.
Que yo sepa, aún no hay un corpus similar de estudios basados en las ciencias del comportamiento que prueben con rigor distintas hipótesis de diseño del espacio público, pero eso está empezando a cambiar. Por ejemplo, los estudios de comportamiento recientes de Jeschke y otros (2022) sugieren que los elementos lúdicos menos estandarizados y más desafiantes resultan más atractivos para los niños y las niñas y son utilizados durante más tiempo. Los estudios de comportamiento podrían facilitar más información que ayude a localizar y diseñar espacios públicos para jugar y a garantizar que los niños y las niñas y quienes los cuidan ejerzan su derecho a participar de forma activa y entusiasta en la vida pública de las ciudades.
Todas las referencias se encuentran en la versión PDF de este artículo.
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