Los prejuicios raciales surgen durante la infancia

Cómo el comportamiento de los cuidadores y las cuidadoras puede promover mentalidades contra el racismo

  • 28 marzo 2023
  • 6 minutos de lectura
Foto: Shutterstock

Al cumplir 5 años, la mayoría de quienes pertenecen a grupos culturalmente dominantes ya tiene algún tipo de prejuicio racial o étnico (Raabe y Beelmann, 2011; Roberts y Rizzo, 2021; Umaña-Taylor, 2016). Sí, también su propio hijo o hija (Scott y otros, 2020). Este tipo de prejuicios son omnipresentes, independientemente del periodo histórico y de la cultura. A día de hoy, ninguna intervención conductual ha logrado reducirlos de forma generalizada y a largo plazo. Sin embargo, sería problemático concluir que el racismo es innato, por tres motivos.

En primer lugar, la raza es un constructo social, no biológico ni genético (Roberts, 2011; Smedley y Smedley, 2005). En segundo lugar, entre unos niños y otros puede haber grandes diferencias en cuanto a la edad en que desarrollan un prejuicio racial y la magnitud de este (Rizzo y otros, 2021, en imprenta). Y, por último, si se considera que los prejuicios raciales son inevitables, se exime a las personas adultas de la responsabilidad de garantizar que los niños y las niñas desarrollen una visión del mundo antirracista (Bigler y otros, 2022; Eberhardt, 2019; Kendi, 2019; Salter y otros, 2018).

Entonces, ¿cómo se forman los prejuicios raciales? Y ¿qué podemos hacer para interrumpir este proceso y fomentar las visiones del mundo antirracistas?

¿Cómo surgen los prejuicios raciales?

Durante la infancia el aprendizaje tiene lugar mediante la observación de patrones en el mundo y la formación de creencias sobre los motivos de esos patrones. La segregación y la desigualdad étnicas y raciales están muy extendidas en todas las sociedades del mundo, y todos los días los niños y las niñas tienen la oportunidad de ver cómo funciona el racismo interpersonal y estructural (Devakumar y otros, 2020; Roberts y Rizzo, 2021; Salter y otros, 2018).

“Los niños y las niñas hacen suyos los patrones de segregación, desigualdad y prejuicios por motivos raciales, sean o no sus familias conscientes de ello”.

Con todo tipo de experiencias (como ir andando al colegio con papá o mamá, jugar en casa de otra familia o pasar la tarde en un parque), los niños y las niñas aprenden mucho sobre la segregación, la desigualdad y los prejuicios imperantes en sus barrios. Por ejemplo, ¿cómo tratan los y las docentes a los estudiantes de otras razas (Brey y Pauker, 2019)? ¿Quiénes viven en barrios de ingresos más altos y más bajos (Olson y otros, 2012)? ¿Quién juega con quién en el parque (Killen y otros, 2017)? ¿Cómo reacciona mamá cuando pasa cerca una persona de una raza diferente (Richeson y Shelton, 2005)?

Con este tipo de experiencias, los niños y las niñas hacen suyos los patrones de segregación, desigualdad y prejuicios por motivos raciales, sean o no sus familias conscientes de ello. Ya desde los 4 o 5 años, el 68 % de la población infantil estadounidense da por hecho que cada niño o niña prefiere jugar con amigos de su misma raza, y el 63 % asocia a las personas blancas con la riqueza y a las negras, con la pobreza. En otras culturas se han documentado porcentajes similares, y estos aumentan con la edad (Olson y otros, 2012; Rizzo y otros, 2021, en imprenta; Shutts, 2015).

“Los niños y las niñas sacan conclusiones al observar cómo se comportan con los demás las personas adultas de su entorno”.

El hecho de ser conscientes de la segregación y la desigualdad racial no tiene por qué ser un problema (es más, darse cuenta del racismo es el primer paso para combatirlo), pero si los niños y las niñas se forman creencias para explicar por qué existen estas cosas, pueden surgir predisposiciones dañinas. En torno al 70 % de la población de entre 4 y 5 años cree que sus familias preferirían que jugasen con niños y niñas de su misma raza, y el 48 % piensa que las desigualdades raciales se deben a diferencias internas entre los grupos raciales. Se ha comprobado que quienes tienen este tipo de creencias durante la infancia desarrollan más prejuicios raciales con el tiempo (Rizzo y otros, 2021, en imprenta).

Estas actitudes y creencias que surgen en fases tan tempranas tienen implicaciones importantes en los comportamientos infantiles; por ejemplo, a la hora de decidir con quién jugar, quién adopta posiciones de liderazgo y cómo asignar los recursos (Elenbaas y otros, 2016; Shutts, 2015; Williams y otros, 2021). Los niños y las niñas de grupos marginados padecen más estrés, tienen menos bienestar y un menor sentimiento de pertenencia, y ven limitado su acceso a oportunidades educativas y extracurriculares debido a los prejuicios de otros niños (Sellers y otros, 2006; Umaña-Taylor, 2016).

Para interrumpir el ciclo de la segregación racial y la desigualdad, los programas tienen que afrontar el modo en que un niño o niña se explica el racismo interpersonal y estructural que ve en su entorno, además de hacer hincapié en que se trata de sistemas injustos que pueden cambiar y que se deben combatir.

¿Cómo promover mentalidades antirracistas?

Hay que investigar más para dar con directrices sólidas y generalizables que permitan promover visiones del mundo antirracistas durante la primera infancia, especialmente entre los grupos dominantes o mayoritarios, en los que es más probable que se desarrollen prejuicios raciales (Dunham y otros, 2015; Raabe y Beelmann, 2011). De todas formas, tenemos tres sugerencias para quienes se ocupan del cuidado infantil.

1 Tomar medidas concretas para reducir el racismo en el entorno del niño o niña

Los niños y las niñas desarrollan actitudes raciales al observar el mundo que los rodea. Si los cuidadores y las cuidadoras hacen algo concreto para corregir la desigualdad, la segregación y los prejuicios raciales que existen en el entorno de los pequeños, los ayudarán a ver cómo debería ser el mundo y serán un modelo para lograr un cambio antirracista.

2 Supervisar sus propias acciones y las de las personas de su entorno

Los niños y las niñas sacan conclusiones al observar cómo se comportan con los demás las personas adultas de su entorno (Pahlke y otros, 2012; Perry y otros, 2022; Xiao y otros, 2022); por ejemplo, cuando su madre se pone nerviosa si pasa cerca un hombre negro o cuando el dependiente de una tienda mira mal a un cliente de habla hispana (Brey y Pauker, 2019).

“No espere a que un niño o niña se comporte de forma prejuiciosa, pues para entonces las creencias fundamentales ya se habrán formado”.

Quienes se ocupan del cuidado infantil tienen que reflexionar a fondo sobre sus propios prejuicios y los de las personas adultas de su entorno y esforzarse por corregirlos por completo. Por ejemplo, si una persona adulta presente en la vida del menor expresa opiniones racistas, conviene intervenir y vigilar el tiempo que pasa con el pequeño. Asimismo, se debería hablar con el niño o niña sobre estas personas y explicarle por qué lo que dicen está mal y hace daño. Los talleres anti-prejuicios brindan oportunidades de formación y reflexión eficaces para afrontar estas experiencias.

3 Prestar atención a las creencias de los niños y las niñas, no solo a sus comportamientos.

No espere a que un niño o niña se comporte de forma prejuiciosa, pues para entonces las creencias fundamentales ya se habrán formado. Es mejor tratar de comprender cuanto antes las creencias que los niños y niñas van desarrollando para corregir las que sean problemáticas y estereotipadas antes de que los lleven a adoptar comportamientos discriminatorios.

Se ha observado que, cuando se señala y condena explícitamente los comportamientos racistas, se generan menos prejuicios raciales durante la infancia (Perry y otros, 2022). Si su hijo o hija va a un colegio racial o étnicamente diverso, pregúntele qué tal se llevan en clase, con quién prefieren jugar los demás y si hay algún niño o niña con quien no les guste estar. Busque patrones de comportamientos racializados e intervenga de inmediato.

Si la escuela es racial o étnicamente homogénea, hable de niños y niñas de otros grupos (por ejemplo, personajes de cuentos o programas televisivos) y pregunte a su hijo qué tal cree que se llevarían con ellos en el cole. Cuando pasen por otros barrios, pregúntele qué le parecen las casas (por ejemplo, ¿hay diferencias de tamaño?) y la gente que ve. Con un lenguaje sencillo, explíquele que hay quien tiene más privilegios y oportunidades en la vida y, de este modo, puede permitirse una vivienda más grande.

El objetivo de estas conversaciones no debería ser minimizar la desigualdad o la segregación racial, sino explicarlas. Si los niños y las niñas entienden que el racismo interpersonal y estructural es una característica de sistemas injustos que hay que combatir y poner en entredicho activamente, se podrá empezar a interrumpir el ciclo del prejuicio.

Todas las referencias se encuentran en la versión PDF de este artículo.

Michael Rizzo

Michael T. Rizzo es profesor adjunto en la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign. Con el objetivo de promover la equidad social en la infancia, su trabajo se centra en analizar los procesos psicológicos y los mecanismos del desarrollo de los que dependen los conceptos de justicia y los sesgos sociales que adquieren los niños y las niñas.

Amber D. Williams

Amber D. Williams es profesora adjunta de la Universidad Estatal Politécnica de California. Estudia el modo en que las creencias de los niños y las niñas sobre las categorías raciales y la desigualdad llevan al desarrollo de actitudes y comportamientos basados en prejuicios raciales. También analiza lo que hacen las familias para fomentar que los niños y las niñas adquieran actitudes raciales más equitativas y justas.

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