¿Puede bastar un empujoncito para mejorar nuestra forma de cuidar?

A pesar de ser una periodista especializada en la primera infancia, las ciencias del comportamiento no estaban en mi radar

  • 28 marzo 2023
  • 4 minutos de lectura
Foto: Cortesía de Ilan Spira.

Si está leyendo el número de este año de Espacio para la Infancia sin saber prácticamente nada sobre cómo combinar las ciencias del comportamiento y el desarrollo de la primera infancia en favor de los niños y las niñas, las personas que los cuidan y los y las profesionales del sector, no es el único.

Cuando me propusieron colaborar como editora invitada en este número, tenía casi dos décadas de periodismo a mis espaldas, y los últimos cinco años me había especializado en primera infancia. Además, tengo un hijo pequeño y acabo de ser madre por segunda vez. Debería haber sido consciente de la importancia de las ciencias del comportamiento para el desarrollo infantil. En cambio, no sabía qué eran las ciencias del comportamiento y me preguntaba por qué no había oído hablar de ellas.

Así que empecé a investigar. Pronto descubrí que en este ámbito científico, que abarca una amplia gama de temas relacionados con la vida diaria de los cuidadores y las cuidadoras, cada vez se investiga más y se encuentran más aplicaciones prácticas. Yo había escrito sobre muchas de esos temas, desde las ayudas económicas hasta los programas para lograr que más padres y madres lean a sus hijos. Pero en mi trabajo sobre el desarrollo de la primera infancia, no me había encontrado mucha gente que supiese cómo aprovechar en su profesión los hallazgos de las ciencias del comportamiento.

Yo misma, al colaborar como editora invitada en el número de este año de Espacio para la Infancia, he ido aprendiendo y ahora sí que soy consciente de lo importante que es acercar estos dos mundos: no solo los y las profesionales de la primera infancia deberían aprender de las ciencias del comportamiento cómo generar y probar nuevas ideas, sino que quienes se dedican a este ámbito científico también deberían aprender más sobre la primera infancia.

Para integrar las ciencias del comportamiento en las políticas y los servicios destinados a la primera infancia, es necesario analizar a fondo qué hacen las personas y por qué lo hacen. Hay demasiados programas y políticas que, a pesar de sus buenas intenciones, siguen centrándose demasiado en educar a las familias o en decirles lo que tienen que hacer, en lugar de comprender y abordar las razones reales por las que quizá no puedan adoptar las mejores prácticas de crianza.

“Para integrar las ciencias del comportamiento en las políticas y los servicios destinados a la primera infancia, es necesario analizar a fondo qué hacen las personas y por qué lo hacen”.

Es especialmente importante conocer bien la cultura en la que tienen lugar los comportamientos, como demuestra el artículo sobre los grupos de embarazadas eritreas en los Países Bajos. Las ciencias del comportamiento aún no han comprendido plenamente las particularidades culturales del Sur Global, como dice Neela Saldanha.

Las ciencias del comportamiento pueden tener un impacto tangible
en las familias y el desarrollo infantil, con grandes repercusiones para la sociedad. En Madagascar, por ejemplo, se ha demostrado que, al combinar transferencias de efectivo con programas de crianza basados en el comportamiento, se logran mejores resultados para los niños y las niñas que si se da más dinero a las familias.

Y no solo los padres y las madres se benefician de las políticas que incentivan un cambio de comportamiento, sino también los y las profesionales que se ocupan de la primera infancia. Me ha parecido muy interesante que en Jordania y los Países Bajos se hayan puesto en marcha iniciativas para ayudar al personal médico a asesorar a las familias con eficacia.

Diversos gobiernos (como Argentinael Reino Unido y la India) están empezando a aplicar a gran escala enfoques basados en el comportamiento a sus programas para la primera infancia. Espero que esto marque el inicio de una tendencia.

Como muchas de las personas que escriben en este número (y que leen esta revista), yo también siento a diario la presión de la crianza. Me cuesta encontrar el tiempo necesario para adoptar comportamientos en los que creo firmemente. Quizá por eso me ha gustado en especial conocer las ideas en las que se basa la campaña «Momentos mágicos» de Israel. Hay un potencial enorme en la transformación de lo que parecen simples tareas en momentos que generen conexión y vínculos.

“A veces solo necesitamos un empujoncito para cambiar de punto de vista y acordarnos de hacer lo que queremos hacer”.

La conclusión más importante que he sacado al editar este número es que se puede y se debe integrar estrechamente las ciencias del comportamiento en todos los ámbitos de la crianza. Las ciencias del comportamiento se pueden aplicar en cualquier momento y en cualquier lugar, desde leer cómodamente en casa hasta entablar relaciones de calidad en la sala de espera del médico o hacer varias cosas a la vez en el supermercado. A veces solo necesitamos un empujoncito para cambiar de punto de vista y acordarnos de hacer lo que queremos hacer pero a veces no hacemos debido a la presión.

Cuando se trata de cambios en los comportamientos, no hay soluciones universales, pero espero que este número de Espacio para la Infancia sirva para iniciar un debate sobre los métodos que utilizamos para mejorar la situación de la primera infancia. ¿Puede un empujoncito sugerirnos, en lugar de imponernos, cómo ser mejores cuidadores y cuidadoras?

Irene Caselli

Irene Caselli es escritora y reportera multimedia con más de 15 años de experiencia en radio, televisión y prensa escrita. Ahora se centra en primera infancia, derechos de reproducción y personas cuidadoras. Es asesora sénior para la Iniciativa de periodismo global sobre primera infancia en el Dart Center. Ha trabajado durante una década como corresponsal extranjera en América Latina para la BBC, The Washington PostThe GuardianThe New York Times, entre otras publicaciones. En enero de 2021 lanzó su propio boletín, The First 1,000 Days (Los primeros mil días), donde escribe sobre este período fundacional de nuestras vidas al que no se suele prestar la suficiente atención.

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